El Coronavirus llegó para dar una lección a la humanidad


¿El planeta se está rebelando? ¿Dios nos está queriendo decir algo? ¿La naturaleza está intentando decir BASTA YA? 


El Coronavirus llegó para demostrar la vulnerabilidad de la humanidad. Llegó para que el individualismo sea erradicado de tajo. Llegó para que amemos nuestro hogar. Llegó para que nos alejemos de la tecnología por momentos y disfrutemos en familia. Llegó para que dejemos la soberbia. 

Llegó para que el egocentrismo baje de nivel. Llegó para que respetemos la vida y también llegó para que reaccionemos: no vale de nada el dinero si no hay salud.No hay dinero que pueda enfrentar la debilidad de la vida.

El que cree que los recursos naturales son inagotables, que se puede bañar una hora todos los días, que jamás apaga el computador, que lava la vajilla con agua potable, que desperdicia comida, que pide pitillo siempre, le llegó la hora de darse cuenta que es un ser minúsculo en el mundo y que cada acción tiene su repercusión y que si no cuida el agua no va a tener cómo salvarse de esta contingencia mundial.
Al incrédulo que piensa que todo lo que pasa en el mundo son conspiraciones y calumnias de la oposición, hoy le toca lavarse las manos cada tres horas y quedarse en su casa si quiere protegerse, al igual que todas las personas del planeta. Porque esta ya no es una cuestión de algunos, estamos todos inmersos en esta crisis.
A la población que está anclada en determinadas dinámicas sociales le llegó el momento de replantear su comportamiento de una vez por todas. Y que por ejemplo, algo tan sencillo, y que apela al sentido común como lavarse las manos antes de comer o después de ir al baño, se instaure como un hábito y así ayude a contener este y otros virus que afectan a la masa.
Al empresario, que piensa que con el teletrabajo se fomenta la desorganización y la pereza porque para él productividad es ver al empleado pegado al computador todo el día (así no esté haciendo nada productivo), hoy le tocó pensar diferente porque a regañadientes le impusieron la norma. Ese miedo de los directivos a que baje la producción y esa obsesión por el trabajo presencial, como esa absurda forma de tener el control, debe erradicarse y dar pie para implementar nuevos sistemas que seguramente mejorarán el rendimiento de los trabajadores, porque supone no solamente una reducción de costos sino además contribuye a una mejor calidad de vida.
A aquellos que acuden a urgencias para incapacitarse y tener una “justificación” para ausentarse de sus actividades laborales perjudicando a los que sí tienen una emergencia, les tocó actuar diferente, pero ojalá no solo por unos días, sino para siempre.
A los que van a la iglesia cada 8 días, se jactan de espiritualidad, pero les cuesta ser caritativos y pensar en el prójimo, esos qué tal vez han ido a los supermercados a llenar los carros con papel higiénico y comida y no les importa el otro, ojalá esta crisis les sirva para que se den cuenta que de nada sirve que estén a salvo ellos si los demás están afectados, porque en el bienestar colectivo está la clave de la supervivencia.
Las enfermedades hacen parte de la vida. No son un castigo de Dios, porque el simple hecho de vivir hace que nos podamos enfermar. Es un hecho natural.
Todos estamos expuestos. Los ricos y los pobres. Las potencias mundiales y los subdesarrollados. Los profesionales y los analfabetas. Todos debemos cuidarnos. Todos somos uno. Y está en nuestras manos que está contingencia sea recordada como una gran lección para la humanidad y seamos mejores personas porque el mundo nos necesita unidos y sanos.

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